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miércoles, 8 de octubre de 2008

También hay milagros sin ser Navidad


Ella nunca dejó que los bienes materiales la interesaran, porque, como decía a menudo –“Para qué… la vida te lo quita todo.” Pero aún a regañadientes había cosas que la daban placer y una de ellas era las ponsettias. Sus hojas oblongas y escarlatas, más parecían un artefacto hecho por el hombre que una planta viva. Sentía hacia las ponsettias una sobria admiración, por su rareza, por su permanencia en este mundo de cosas en constante cambio.

Era un domingo casi otoñal a pesar de ser últimos de agosto, y Olev subió a su bicicleta dispuesto a pedalear los casi veinte kilómetros hasta el mercado, su madre iba a cumplir los sesenta y cinco, bien merecía la pena el esfuerzo, de hecho, pensó Olev, desde que Estephán, su padre, murió nadie había recordado el cumpleaños de su madre. Este año la iba a sorprender plantando unos macetones de ponsettias en el minúsculo jardín de la casa. Mentalmente imaginó a su madre sentada en el porche tejiendo y contemplando las rojas poinsettias, sintió que la cuesta era menos empinada al pensar en la sonrisa y el suspiro de Ina.

El mercado era mayormente de hortalizas y cereales pero desde la caída del régimen, cada vez más gente empezaba a recordar aquel gusto por las cosas inútiles que ya casi tenían olvidado. Las ponsettias se ven desde lejos por lo que Olev se paseó con parsimonia a lo largo de los puestos del mercado atento al rojo. El sol brilló en sus desgastados zapatos y su corazón se sintió extrañamente ligero.

Pero no había ponsettias en el mercado.-“Muchacho, tienes que esperar hasta Navidad,

son plantas de navidad.”-

“No, lo siento, camarada.

Encendió un cigarrillo, le tembló la mano. El vacío del cumpleaños de Ina se presentaba tan vacío y triste como el anterior.

Empezó a pedalear de regreso a casa, el silencio roto sólo por el chirriar de su vieja bicicleta y el traca, traca, del viejo remolque que tan triste y vacío como él desandaba el camino a casa. Y de pronto la vio, sentada en medio de unos destartalados enseres, un gramófono, unas balanzas oxidadas, un chal bordado, un par de viejos guantes de piel, ¡y una carretilla de poinsettias!.. A su lado en el suelo una caja de plástico donde dormía un bebe. Un fino plástico los protegía de la fina lluvia.

- ¿Eso son poinsettias,? Dijo a modo de saludo-

¿Es así como se llaman? Yo las llamo banderas rojas.

Las compró todas, y aunque la lluvia arreció, el camino se embarró
y pensó que le iba a costar un huevo llegar a casa, una amplia sonrisa se dibujó en su cara: para él acababa de salir el sol.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay que mantener siempre la ilusion y la confianza en lo que queremos conseguir en la vida, no podemos darlo por perdido antes de empezar. Caundo queremos algo, sin darnos cuanta, marcamos un camino, fijamos una meta, queremos alcanzar un fin, el exito de ello depende del empeño que le pongamos, del sacrificio que estamos dispuestos a dar y de la ilusion que en cada momento pongamos.

Los descubrimientos vienen casi siempre despues de una busqueda, busquemos pues la felicidad, seguro que la encontramos, incluso donde menos la esperamos.

Gracias Lys...un beso.

Hoy no puedo corregir ortografia, perdonadme pues.