Un paisaje único

Un Pub con encanto

Hacía un calor sofocante en Sidney y las elegantes velas blancas de la Casa de la Ópera brillaban frente al puente Harbour . Circular Quay era un calidoscopio de color con su aglomeración de gente y el agua estaba repleta de embarcaciones de todos los tamaños y formas. Australia estaba en fiesta de modo que sólo ella sabe hacerlo.
-Tienes que ponerte al frente- Le dijo el abogado de la familia. -Eso o vender, si deseas podemos encargarnos de ello, lo sabes ¿verdad?
Sí, lo sabía, pero mientras miraba aquella maravillosa bahía, pensó que quería regresar, se lo debía a sus padres, a su recuerdo.
Miró sus delicadas sandalias de tacón y su caro vestido de algodón y recordó las palabras de su abogado, su media sonrisa cuando le comunicó su decisión. - Cuando se habla de granjas de ovejas en Australia todavía se habla de un mundo de hombres, pero eso tú ya lo sabes-. Sí, lo sabía muy bien pero... tenía que ir.
Cuando el tren se puso en movimiento sintió un escalofrío, en su mente regresó a Heavens, tuvo que hacer un gran esfuerzo pues cuando murió su madre, su padre la envió a vivir con su anciana abuela materna y siempre, un par de veces al año, su padre había venido a la ciudad a verla, ella nunca había puesto los pies en Heavens, por eso sus recuerdos eran muy confusos.
El tren comenzó a buen ritmo y dejó la ciudad atrás. Al adentrarse el las Blue Mountains fue como tener ante los ojos un majestuoso y mágico libro de fotografías con paisajes impresionantes.
Grandes desfiladeros en las laderas escupían cataratas a los arbolados valles verdes -azulados.
Rocas agrietadas, suavizadas por la bruma azul del aceite de los eucaliptos formaban pináculos que se extendían sin fin en la distancia y brillaban en el horizonte. Algunos bungalows, se asomaban entre los árboles y pequeños pueblos de casas viejas muy cuidadas se acurrucaban por la escarpada meseta. Nada estropeaba la inmensa belleza de este paisaje extraordinario.
Muchas horas después habían dejado la cadena de montañas para adentrarse en otra, despues de pasar por Lighgow, Bathurst y Orage el tren avanzó a través Hervey Range y siguió hacía Gondobolin, deteniéndose solo unos minutos para recoger a algunos pasajeros en el remoto y polvoriento anden.
Cambiaba el paisaje , grandes extensiones de terreno, donde la hierba rala y amarilla era habitada por rebaños de ovejas desperdigadas. Aunque la belleza de las montañas había sido de inspiradora belleza, la vista de las matorrales y la tierra roja le llegaba al corazón. Un rebaño de canguros despertó la admiración de los turistas y ella disfrutó del deleite que su país producía a otras personas.
Se durmió acunada por el sonido de los railes que le susurraron toda la noche
“Voy a casa, voy a casa, Voy a casa.”
la mañana amaneció con un cielo lleno de anaranjados y rojos que calentaba la tierra a la que reflejaba. La tierra parecía madurar con el calor. ¡ Qué poderosas emociones evocaba! ¡Con qué bravura los árboles se mantenían erguidos bajo el sol! Las hojas marchitas, las cortezas desteñidas de un fantasmagórico gris. Se estaba enamorando de su tierra.
El tren aminoró su marcha el adentrarse en el maravilloso oasis que era Broken Hill.
El ancho de la vía cambiaba. Los viajeros que continuaban tendrían que cambiar de tren, a ella la esperaba la avioneta que la llevaría a Heavens. Su casa.
(La extensión de la red ferroviaria australiana es de 33.099 kilómetros, pero no es una red homogénea para todo el país, sino que está constituida por las redes ferroviarias que surgieron durante los siglos XIX y XX en cada estado de la Federación)
El viaje lo hice con mi amiga que era la que regresaba a la estación ( así se llama a las vastas granjas de ovejas) del interior del país.