Seguidores

lunes, 8 de diciembre de 2008

¿Por qué nada es eterno?


“Ema”. Emita, siempre fue Emita y Manuel que siempre fue Manuel, llegaron a nuestras vidas, un día no sé cuando de no sé que mes. Vinieron a nosotros desde Santiago de Chile. Nacieron en Uruguay.

Mamá que andaba metida en asistencia voluntaria para la comunidad española, trabó amistad con una joven que quería traer a sus padres, mas, debido
al requisito gubernamental, que requería el hacerse cargo, incluida vivienda
de todos los familiares reclamados por espacio de cinco años, se lo ponía difícil.
Ella vivía con su esposo y un hijo en un apartamento de una habitación.

La adaptación a tan distinto modo de vida y la añoranza que sentía, tenían a esta joven con depresión y profunda tristeza. Mamá después de convocar asamblea general, y una vez que obtuvo votación unánime le ofreció a Gema, (así se llamaba la hija) como solución temporal, la caravana que teníamos aparcada en una esquina de la parcela.
No recuerdo los pasos siguientes, pero una tarde mamá se presentó con una pareja a las que presentó como “Ema” y Manuel.

Ema, menudita, escasa de carnes, pómulos marcados, ojos achinados como dos huesos de aceitunas e igual de negros. Enmarcaba su rostro una abundante, nívea y bien cuidada media melena con una honda que la caía sobre la ceja derecha. Caminaba con pasos ligeros y menudos y sus movimientos eran decididos y gráciles. Tenía sesenta años y representaba, sesenta años.

Manuel, de mediana estatura, pelo negro como ala de cuervo, cara agradable y sonrisa perfecta, un pelín demasiado perfecta, (gracias, nos dijo, a un hijo mecánico dentista) su tez, dorada y tersa. Era verano y un detalle que le llamó la atención a mi hermano mayor, fue la total ausencia de bello corporal. Vestía como un dandy. Tenía sesenta y cinco años. Representaba como mucho sesenta.

Casi sin darnos cuenta se integraron a nuestra familia hasta el punto de que llegaron a ser para nosotros los abuelos que un día dejamos atrás. Cada uno de nosotros guarda de ellos un cofre lleno de sus dichos, sus regañinas, sus besos, sus anécdotas.

Nos contó mamá que pasado un tiempo ella quiso recompensar económicamente sus muchos desvelos por nosotros y un día puso delante de Ema un sobre que contenía dinero y una tarjeta llena de palabras cariñosas y de agradecimiento. Ema cogió el sobre lo abrió y mirando a mamá a los ojos le dijo: -hija, he criado a nueve hijos, la mayor parte del tiempo con extrema escasez y penuria, pero nunca entré en el servicio doméstico- y empujó el sobre hacía mamá dejándola, colorada de vergüenza, se dio cuenta Ema y sacó del sobre la tarjeta, la leyó, y con lágrimas le dijo a mamá que ella nunca podría pagar la oportunidad que ella le había dado de poder estar cerca de su única hembrita, como ella llamaba a su hija. De esta manera quedaron sentadas las bases sin ningún tipo de equivoco en el futuro.


Ema, era muy severa con nosotros, no nos dejaba pasar ni una, me atormentaba en su empeño en que mi largo pelo estuviera siempre trenzado, regañaba a mis hermanos y los visitaba todas las noches cuando se acostaban y les decía: las manos fuera, quiero ver sus manos fuera de las sábanas. Siempre nos llamaba de “usted” incluso a mí que era una mocosilla de ná.

Se levantaba con el alba y leía la Biblia. Nos enseñó a memorizar muchos pasajes de los salmos y los evangelios. Un día papá la dijo medio en broma que quería que fuéramos libres y que nadie nos metiera dogmas en la cabeza; ella le contestó:
-usted decide, pero sólo sabiendo lo más posible serán libres.- Papá la dijo que tenía razón.

Cultivo un huerto pequeñito en el que plantó hierbas y arbustos, tomillo, romero, menta y poleo. Hierva Luisa y una planta horrible que olía peor llamada ruda con la que lo curaba todo menos los pies planos. Nos esperaba siempre con tortitas de miel o budín de pan que nos encantaba, o deliciosos bizcochos de calabaza. -Para los gurices hambrientos- decía. Sabía adivinanzas sin fin y juegos que hacía que el televisor fuera un aparato aburrido. Nos contaba sin rencor, como ella y su hermano se quedaron huérfanos y como su hermano un día cuando ella tenía diez años la regalo a una señora y se fue para nunca regresar. Como cuando tenía catorce años, Manuel de diecinueve la vio jugando en la calle y tres meses más tarde se vio casada con el, otro niño.

Nos hablaba de Santiago de Chile, de los Andes, de que es Santiago tan empinado que tomaba ascensores para subir de una calle a otra, de que fue madre con quince años y de que Manuel que trabajaba en otro pueblo venía una vez cada tres años la preñaba y no regresaba hasta tres años después para repetir y así hasta nueve. Y es que Manuel, parece ser que fue hombre tranquilo, padre irresponsable, muy dado a pensar en si mismo, Ema decía de el, que había sido un padre “distraído” pero que era un abuelo irreprochable. Y eso fue verdad los niños lo adorábamos y el tenía una paciencia infinita. Vivieron con nosotros seis años. Los dejamos atrás, muy lejos.

Emita ya no es, partió definitivamente hace tres años, Manuel vive. Lo llamo todos los meses, sigue vistiendo como un dandy y me sigue oliendo a Paco Rabanne a través del auricular.


P.D.

Desde que se nace, se tiene la seguridad de que se va a morir.
Se mueren las flores, los gatitos siameses, la roca más dura se convierte más tarde o temprano en polvo, nada se salva, pero solo los humanos tenemos conciencia de que todos y cada uno de nosotros completará ese ciclo un día.
Nos da miedo, asusta.. Ante la perdida de un ser amado o conocido nos volvemos niños otra vez y no nos da vergüenza llorar.

Ni las riquezas ni el poder pueden revertir la perdida.

Lloran los sabios de desconcierto, los intelectuales de no encontrar el porqué, los fuertes de rabia, los débiles de impotencia…

El verbo llorar de conjuga al completo.

Yo lloro. Se fue Manuel.

15 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo primero que quiero hacerte llegar es un abrazo Lys, fuerte y solidario.
Y sí, es cierto que solo las personas tenemos conciencia de los efimeros que somos, pero también somos capaces de hacer eternos a aquellos,, que por un motivo u otro mantemos vivos en nuestros recuerdos...
Manuel, con su pinta de dandy y su perfume a Paco Rabanne,no se fué del todo, solo empezaba a aburrirse aqui y por eso cambió de dimensión

Un beso fuerte amiga....

Endocimia dijo...

Pero te quedaron buenos recuerdos de ambos, yo no tuve convivencia con mis abuelos, no tengo anecdotas para recordar, eso es lo que tienes que valorar.
Ahora ellos están mejor que nosotros.

La sonrisa de Hiperion dijo...

"Desde que se nace, se tiene la seguridad de que se va a morir."

Esa es la mayor verdad que he leido en mi tarde de visitas de blog. NAdie se quedará aquí de muestra....
Saludos!

Anónimo dijo...

estoy contigo y lloro contigo, el sentimiento lo comparto por otras causas

mi apoyo y mi compañía, mi cariño y mi entusiasmo por tu amistad


s

Anónimo dijo...

¿Cuantos cambios de dimensión nos quedan por ver pasar a nuestro alrededor hasta que seamos nosotros los viajeros?

Con lo fácil que es escribir sobre la felicidad que deseamos vivir y deseamos a los demás y lo dificil que resulta obtener ese resultado.

Pero es así de difícil porque seguimos sin valorar lo más preciado, nuestra vida.

Cada cual, espera de la vida una cantidad de algo para ser feliz, de algo material o emocional, aunque como nuestra vida, será efímero.

Distintos valores para cada alma, distinto por tanto el sentimiento de vivir plenamente.

Lys, nos has demostrado siempre tu optimismo y tu espíritu positivo, será como siempre un momento que superarás y del que volverás más humana, tus amigos y familia te ayudarán.

Tus ciberamigos te tendremos presente en nuestros pensamientos.

Llora por Manuel porque lo quisiste, pero sonríe por Manuel porque existió y eso permanecerá por siempre en tí.

Un beso y abrazo fuerte Lys.

Juan Miguel dijo...

Entretenidísimo relato. Eso si que me parece a mi que la subida de calle en ascensor será en Valparaíso, en que hay unos cerros muy pintorescos con muchas casas y a los que se sube en ascensor.
Saludos.

OFLB Old_Fashioned_Lover_Boy dijo...

No se si sea por muchas semejanzas, por ser Santiago donde nací y crecí o por que Manuel en parte es como mi padre, pero sin duda las delgadas fibras que entrelazan mi corazón se han trastocado. Mi propio padre se crió por un Manuel del cual desconozco historia alguna, y siempre he dudado si fue mi abuelo o alguien mas...

Un hecho que de seguro ya has descubierto es el hecho de que cuando las personas se van, es cuando mas presente las tenemos.
Un beso. byes.

Pedro J. Sabalete Gil dijo...

Te acompaño el sentimiento se ve que querías mucho a Manuel.

Entretenido, ameno y muy HUMANO escrito. Destaco por encima de todo la generosidad de tu madre.

Mis condolencias, mis gracias y un fuerte abrazo.

qaesar dijo...

Una historia llena de ternura...

Bssssss

Javier Úbeda Fernández dijo...

Una historia bellísima. fue una suerte haberla vivido, eso no lo perderás nunca...
¡Mucho ánimo!

PABLO JESUS GAMEZ RODRIGUEZ dijo...

Estremecedora narración Lys.

Preguntas: ¿Por qué nada es eterno?

Respuesta: Precisamente porque todo en este mundo tuvo un comienzo, y todo lo que tiene comienzo tiene fin. Mientras antes asumamos esa idea, menos sufrimiento interior tendremos.

Un beso...!

Anónimo dijo...

Pero te quedan sus recuerdos, ¡gracias por compartirlos!

MIGUEL

Isabel Barceló Chico dijo...

Lamento haber llegado a la postdata y leer que Manuel se ha ido también. Nos da mucha pena despedirnos de personas que han significado tanto para nosotros. De la tristeza sólo nos salva el poder recordarlos con amor y con agradecimiento, y tansmitir su recuerdo a nuestros descendientes. Un cordial saludo.

lys dijo...

Mil gracias a todos por vuestros deseos cariñosos, significan.Me llegaron.

BESOS

Pedro Estudillo dijo...

Una historia bellísima, me emocionó.
Afortunados los que tienen la posibilidad de conocer a gente así y de retenerlas en sus corazones para siempre. Quizás eso sí que sea eterno, quién sabe.
Un beso.