De qué sirven los reproches...(Cuento)

¡Tienes la cabeza llena de pájaros! Cuidado con repetir y repetir y...

Felipe se despertó tarde, el día estaba ya en su apogeo y los demás empezaban a sentir el modorro del medio día. Su madre, cuando lo oyó bostezar, comenzó su letanía de reproches, letanías que Felipe, recostado en la cama repetía. A través de los años su madre, con muchos esfuerzos y enmiendas había ido hilando y tejiendo una inacabable retahíla de reproches.

En esta ocasión terminó diciendo lo de siempre: -¡Tienes la cabeza llena de pájaros!

¡Qué maravilla! Se dijo, y ensimismado gozó un buen rato de los gorjeos y trinos. No sólo los oyó sino que los vio vivos y fosforescentes volando en la jaula de sus pensamientos de luz y color.
Se sintió feliz, Saltando de la cama corrió hacía la casa de su amigo, Ruperto, chaval que se pasaba la vida escuchando los mensajes de los extraterrestres.

Al principio a Ruperto le costó creerle, pero empezó a pensar que bien podrían ser las armonías de las esferas que estaba buscando. Decidió pegarle con esparadrapo a las sienes dos micrófonos conectados a un potente amplificador. Para su asombro pudieron escuchar las cadencias más delicadas, así como los ritmos más calientes y pegadizos que ninguna orqueste tropical pudiera crear. Felipe y Ruperto comenzaron a moverse al ritmo pajaril hasta caer rendidos, y entre los calores de la extenuación tubieron una idea.

Empezaron a salir por los pueblos a animar los bailes de sábado noche. Para que la gente no se asustara crearon una jaula con pájaros de madera que abrían y cerraban el pico. A los que estaban en edad de amar soñaban con las flores de un amor imposible. Los niños oían el sonar de batallas de tres mil años atrás, y los que ya habían perdido el fuego de la pasión, sentían un contentamiento “por que sí”.

Sin embargo, como todo amanecer tiene su crepúsculo, Felipe fue perdiendo el gusto por los manjares y sólo quería comer alpiste y gusanos. Empezó a invadirle melancolía y desilusión por todas las cosas.

Ruperto termino por atarlo a la pata de cama para impedir que saliera volando por la ventana.
Tuvieron que abandonar sus actuaciones por todo el país, y su vida era tan triste que Ruperto ofreció sus servicios a entierros, misas de difuntos y a amenizar las reuniones de empresas en quiebra.

Ya no lo ataba a la pata de la cama, con el resultado de que una noche voló desde el alfeizar de la ventana para estrellarse noventa centímetros más abajo en la alcantarilla mal oliente que corría detrás de la pensión de mala muerte en la que pernoctaban.

No le quedó más remedio, tenía que aceptar que su madre tenía razón- todo había sido una locura-
Esa madrugada se vistió de limpio y le dijo a su madre, -Salgo.- su madre le preguntó. -¿Tardaras?No sé- dijo. Subió al campanario y contemplo las llanuras, y los picos de las nevadas montañas, y se preguntó-¿Y detrás qué?

Su madre, al cerrar la puerta pensó que no regresaría.