
Duerme usted? - preguntó suavemente Cicerón. Los cadenciosos movimientos de la litera le producían somnolencia.
-No, contestó Graco. Tan sólo pensaba
-Sobre importantes asuntos de estado?
-Sobre nada que tenga importancia. Pensaba en una vieja leyenda, un cuento muy viejo y tonto como suelen ser siempre los cuentos.
-Por qué no me lo cuenta?
-Estoy seguro de que le aburriría.
-No creo...
-Es una historia moral y nada hay más aburrido que un cuento moralizador. ¿Cree usted que los cuentos moralizadores tienen cabida en nuestra sociedad, Cicerón?
-Están bien para niños pequeños, de todas maneras me gusta escucharlos.
-En ese caso se lo contaré- dijo Graco sonriendo. - Digamos que esto ocurrió hace mucho tiempo, cuando las virtudes eran posibles. Se refiere a una madre que sólo tenía un hijo. Era alto, bien formado y bien parecido y ella lo amaba más que madre alguna haya amado jamás a un hijo. El sol nacía y se ponía en él. Entonces él se enamoró. Perdió su corazón en manos de una mujer que era tan perversa como hermosa. Y como era muy perversa tenga por seguro que era hermosísima. Para el hijo no tenía ella, sin embargo, ni una mirada.
-He conocido algunas mujeres así- dijo Cicerón.
-El joven se volvió loco, y le prometía riquezas y castillos, amor eterno y cosas por el estilo como poner el mundo a sus pies. Eran cosas algo abstractas y ella le dijo que nada de eso le interesaba.
En cambio pidió un regalo que estaba en sus posibilidades el satisfacerlo..
-Un regalo corriente?- preguntó Cicerón.
-Un regalo muy sencillo. Le pidió que le trajera el corazón de su madre. Y él lo hizo. Tomó un cuchillo lo hundió en el pecho de su madre y le arrancó el corazón. Y entonces avergonzado por el horror de lo que había cometido y muy nervioso, salio corriendo por el bosque en que vivía la malvada mujer. Mientras corría tropezó en una raíz y cayó, y, al caerse el corazón saltó de sus manos. Corrió para recoger el corazón que había de darle el amor de aquella mujer, y al inclinarse oyó que el corazón le decía: -¿Hijo mío, hijo mío, te hiciste daño al caer?
Ante el silencia de Graco, preguntó Cicerón –
-¿y entonces? -
-Eso es todo. Ya le dije que era un cuento un poco tonto-
-Ese no es un cuento romano. Nosotros. Nosotros los romanos no somos dados a perdonar.
-No se trata de perdón, sino de amor.
-¡Ah!
Conversación tomada de el libro ESPARTACO de Howard Fast.